lunes, 4 de febrero de 2008

San Rafael, Nayarit 2

Escuela Primaria General de San Rafael

Afecto Privilegiado.

17/sep. 1962-1963, sin puente, porque al “mal paso darle prisa”, levanté la inscripción escolar de la comunidad de San Rafael, la cual arrojó una existencia de 30 alumnos de ambos sexos, 20 no sabían leer y escribir y 10 mal sabían leer entrecortado y escribir garabateado, por lo tanto, unos eran para primero y los otros a segundo a terminar de ser analfabetos. Don Crispín, único indígena de la comunidad y H. Presidente de los Padres de Familia, me pidió considerar a los muchachos que se habían quedado rezagados y que se contratara a una maestra comunal que se hiciera cargo de los chiquillos y los de tercero para mí, nos agenciamos recursos para el pago de todo el año y la contratamos. Se organizó el grupo de nueva creación con 30 alumnos de entre 9 y 15 años, indudablemente, eran más hombres que mujeres, porque éstas, por no haber más que hacer, se reducían a los 13 o 14 años que se huían y agarraban marido. Era un grupo difícil de describir, los niños en grupos de dos o tres familiares, eran tímidos, con las manos callosas por las tareas de apoyo a su papá, con los pies serranos de un número más grande que lo normal y con el cuerpo delgaducho, las muchachas todas en grupo, eran vergonzosas, de risa pronta y de mirar desconfiado, prestas a hacer las actividades de la escuela, además, de apariencia física realizada. En 46 años de servicio magisterial, tuve muchos grupos que les di afecto, empatía, respeto, sensibilidad y sobre esfuerzo, pero no hubo otro que me haya impactado tanto sentimentalmente como éste, fue un grupo respetuoso hasta los límites permitidos, honesto como que sabían sus limitaciones, tan humildes como el lugar donde vivían, pero sobre todo, con una moral al margen de toda malicia.

Imposible recordarlos a todos, pero por mencionar algunos, los hermanos Rojas y Pío Abrego como excelentes alumnos, Maximiliano Hernández “Chabalán”, Esteban Abrego, Florencio Cañas y Esteban “El Venado” como buenos deportistas, entre las mujeres, Toña Rojas, Andrea, Paulina y Rafaela, debió haber algún Juan y alguna Guadalupe, pero ésta es la idea que me queda después de 48 años. De todos, al único que he visto es a Maximiliano, fue un gran deportista que integró una selección estatal de volibol y participó en unos juegos nacionales; de Pio sé por su papá que estudió y se profesionalizó; y, de Esteban Abrego, el líder nato del grupo, que era noble, inteligente y carismático, el hijo que de niño ayudaba a Don Elías su padre a dar forma de canoa a los troncos de guanacaste, el alumno que me llevó a conocer la Presa de Aguamilpa cuando apenas eran mojoneras de localización y a “chirotear” por el cerro de La Cebadilla, el chico que nos ganaba a todos a cruzar a nado el río Santiago, el primer ex alumno, que por su honestidad y cariño de todos los ejidatarios fue electo comisariado ejidal y que le tocó gestionar los beneficios que su pueblo obtuvo por la construcción de La Presa de San Rafael, de él supe que unos malhechores que lo extorsionaban le habían asesinado a mansalva, como se usa en la sierra con las personas que destacan pobremente. Se había perdido una vida, la de Esteban Abrego, el dirigente ejidal al que propios y extraños le tenían un gran afecto. Saber de la muerte de Esteban me consternó y me hizo ir a su pueblo para ver si su muerte no había sido en vano y al mismo tiempo, porque parafraseando a Unamuno: “no nos damos cuenta que tenemos alma hasta que nos duele”. Esteban: “hasta reandar lo andado”.

San Rafael, Nayarit


Escuela Rural Federal de San Rafael (1962)



1962-1963. 13/sep. Reunión de Planeación. La orden del "Profe Gonzalo", inspector de la zona escolar, fue terminante, “los asignados a las escuelas de la sierra baja, se van a preparar los festejos de la Independencia de México”. Arribé el 15/sep. a Estación Roseta y ya me estaba esperando Florencio, el joven comisionado para hacerme llegar a San Rafael, pequeña comunidad con escuela unitaria y que estaba en la orilla opuesta del Río Grande o Santiago. Después de una caminata a campo traviesa de hora, llegamos al punto de cruce, la vista de un río bufando que impetuoso se deslizaba por la boscosa falda del cerro de La Cebadilla, me causó temor, pero había que cruzarlo corriendo todos los riesgos. No se preocupe, este riito no nos baña -me dijo Lencho con mucha seguridad- y abordando una pequeña canoa, con gran pericia llegamos al bordo opuesto un kilómetro abajo.


Con la novedad de la llegada del Profe, los vecinos y las vecinas, de inmediato se reunieron al frente de la escuela del pueblo y como si ya estaban preparados, las mujeres con lo necesario para hacer el café y las enchiladas o caldos y los hombres, con los “jarritos” de tamarindo y el alcohol para las teporochas, se inició la “fiesta de traje” amenizado por un tocadiscos que a ratos tocaba y a ratos se arreglaba. A las 11 horas en punto, con un radio de baterías colocado frente al micrófono del tocadiscos, con mucho entusiasmo le coreamos vivas a los héroes que nos dieron patria junto al Presidente de la República Adolfo López Mateos. El 16/sep., con participación de todo la población, nuestro desfile, encabezado por la escolta improvisada de las autoridades vecinales y portando la bandera nacional del ejido, fue de lo más solemne y a pesar de los estragos de la fiesta del 15, el entusiasmo no decayó en la tarde de competencias tradicionales. Como lo dijo el inspector escolar, así se hizo y durante todo el año escolar fui correspondido por la comunidad en todas las actividades, dándome una total autoridad sobre los niños y las niñas de edad escolar, de tal manera, que hasta los sacerdotes que iban a dar sus oficios, para la doctrina me tenían que solicitar el horario, porque de septiembre a junio, “el profe tiene la potestad sobre sus alumnos”.


En aquel entonces, San Rafael era un pueblito maderero: donde se hacían las canoas de un solo tronco de guanacaste para surtir a todos los pescadores de la costa nayarita; donde no había influencias nocivas; donde todavía ejercía autoridad la defensa rural al mando del comandante “Pelatas” y con las armas que les otorgó “el más grande presidente de México”; donde su único vestigio de desarrollo era la escuela; y, donde el Río Santiago era impedimento para estar más cerca del mundo civilizado. En lo personal, San Rafael fue una gran experiencia donde todo se me dio sin obstáculos ni regateos, donde vine a confirmar mi vocación magisterial por si aún dudaba de ella, claro, no fue el producto de una experiencia de entrada, sino la conjugación de circunstancias y de relaciones que resultaron de la integración total a la comunidad.


Un día, la curiosidad y la nostalgia abonadas por mi ahijado el hijo de mi compadre Ismael, me hizo ir a percatarme “de ojito” el estado que guardaba ese pueblito. Esperaba derramar alguna lágrima de emoción y a punto estuve, pero me embargó la alegría cuando me di cuenta que el San Rafael que conocí me lo cambiaron. De los habitantes de aquel entonces solamente saludé a Margarita, una muchacha que se abstuvo de entrar como rezagada a la escuela, porque el novio del cual ya tenía promesa de matrimonio no la dejó, so pena de no cumplirle el pacto. Del pueblito me alegré, mi escuela rural federal “Lázaro Cárdenas” era el último vestigio rupestre en pie y que todavía el pueblo la conservaba en buen estado y en servicio como Tienda Ejidal.


Con la construcción de las presas de Aguamilpa y San Rafael, el pueblito cambió, actualmente, su tamaño sigue igual, nada más que ahora cuenta con carretera pavimentada de acceso, con edificios de CAPFCE para las escuelas primaria, secundaria y Jardín de Niños, con luz eléctrica y agua potable, con arquitectónica iglesia, con plaza pública y servicio de transporte de pasajeros. Aun cuando suceden hechos que distorsionan su imagen, San Rafael sigue siendo un pueblo alejado de las perversidades y las costumbres distorsionadas del medio urbano. Sus habitantes, los que se quedan porque muchos emigran a la ciudad, siguen conservando: el carácter huraño, hosco y desconfiado ante los extraños y entre sus virtudes, la honestidad, la prudencia y la sinceridad. Con el tiempo se perdió mi figura por dilución del núcleo de convivencia, pero para mí, son parte de mis dominios sentimentales, esta pequeña comunidad, el susurro del río, la sonata del cerro y la vida placiente de la rústica “casa del maestro”.